En esta serie de posts, reexamino algunos traumas intelectuales de mis años de interno y semestroso y, en un flagrante intento de originalidad, los bautizo los Siete Pecados Capitales del Medicoblasto. El tiempo dirá si la sarta de mentiras que constituirán esta serie comienza ya con este “7” - aunque hay un par de ideas que se ajustan cómodamente a las nociones de los pecados capitales, la burra tuerce el rabo al intentar encontrar un pecado intelectual merecedor de la etiqueta “lujuria”.
Este contenido surge de lo que he visto, leído y oído, así que no sé qué tan generalizable es - la aventura de aprender medicina puede variar enormemente de persona a persona, de institución a institución y de país a país. Si cada uno de estos pecados es completamente ajeno a tu experiencia, esto será nada más un monólogo medianamente interesante. Pero el objetivo es que si algo de aquí hace sonar siquiera un poco la campanita de «como que me ha pasado», convencerte que eso que reconoces realmente es pecado y pesa como un pecado, y motivarte a darte cuenta de las próximas veces que se esté cometiendo. Y si vas entrando apenas a estas aguas, esto es una advertencia de lo que te puedes encontrar y de lo que muy probablemente no te vas a salvar - por mucho que resistas es increíblemente difícil continuar libre de todo mal.
Ah, por último cabe aclarar que cada que hablo de "tú" o "nosotros" o emito un juicio del tipo "hay que ___" o "debemos ___" me dirijo a personas dentro del área de la salud, en específico médicos y medicoblastos. Ya dirás tú si todo esto también aplica a tu propio campo de estudio.
Sin más preámbulo, aquí va el primero de los Siete (?), un formidable candidato a la madre de todos ellos.
I. Soberbia
Cuando hablar sobre conocimiento médico conlleva un componente de estatus.
Los normies dan señas de su estatus comparando coches, contactos y los cuadros que cuelgan de sus paredes. Los médicos y medicoblastos lo hacen comparando lo mucho que saben. Ejemplos cotidianos de cómo atas estatus social a conocimiento incluyen cuando…
- …sientes el impulso de contestar una pregunta que nadie más sabe.
- …sientes el impulso de preguntar algo no por curiosidad genuina, sino para señalar a otros que conoces aquello que preguntas.
- …te sientes bien porque te supiste todo lo que preguntaron en el pase de visita.
- …te sientes mejor que otros porque tú te sabes algo y ellos no.
- …te sientes mejor que otros porque te leíste el Boron para fisiología en vez del Costanzo.
Nótese la proposición implícita de que el pecado se manifiesta con el puro impulso de hacer tal o cual cosa sin necesariamente llevarla a cabo. Si eres de aquellos suertudos que saldrían completamente sobrios después de una ronda de yo nunca nunca con cada uno de los enunciados de arriba, todavía no te salvas del pecado, pues la Soberbia tiene “síntomas negativos” como cuando…
- …decides no contestar preguntas en el pase de visita por temor a responder mal.
- …decides no preguntar una duda que tienes por temor a señalar a otros que no conoces el tema o temor a que “sea demasiado básica”.
- …admiras a otra persona porque siempre se sabe todo lo que preguntan en los pases de visita.
- …te sientes peor que otros porque ellos se saben muchas cosas que tú no.
- …te sientes peor que otros porque ellos estudian de libros más chonchos o prestigiosos.
En estos casos, lo que guía la conducta es temor a perder estatus en vez de una búsqueda de estatus.
¿Por qué es pecado el solo hecho de sentir un impulso o sentirme mejor? Por supuesto que me he sentido bien cuando soy el único que se sabe una pregunta, pero nunca se lo he restregado a nadie en la cara. ¿Acaso lo único que querías decir es que la soberbia es mala, que nos aleja de la bondad y la virtud, que todos somos pecadores-
No. El problema con esta particular Soberbia no tiene nada que ver con ética de virtudes, y si hubiera Siete Virtudes del Medicoblasto en contraposición a los Siete Pecados Capitales, la virtud opuesta a la Soberbia no sería Ḧumildad. Es útil sentir orgullo por hazañas o habilidades. Lo que creo es que lo que tomamos como conocimiento médico no lo vale.
Para pintar un poco mejor el contexto, consideremos la diferencia entre ejercicios y problemas1 en matemáticas.
¿Te acuerdas del Teorema de Tales?
¿Está justificado el orgullo cuando te das cuenta de que puedes usar el teorema para estimar qué tan alto es un edificio o cuando comprendes por qué el teorema es cierto (p. ej. cuando lo demuestras)? Claro, pues éstos son problemas verdaderos.
¿Está justificado el orgullo cuando usas el teorema para encontrar cuánto mide ??? en una construcción así? Debatible - después de todo, éste es un ejercicio muy común, sobre todo si lo has repetido miles de veces con esta misma construcción. Pero sí está justificado si apenas te cae el veinte de por qué el teorema sirve para esta situación. |
¿Está justificado el orgullo cuando en clase preguntan «¿Qué dice el teorema de Tales?», y tú te levantas y empiezas «si tres o más paralelas, si tres o más parale-le-le-las…»? No. Puedes saberte perfectamente el enunciado del teorema y permanecer completamente ignorante acerca de qué es el teorema de Tales. Preguntas y respuestas así son ejemplos de adivinar la contraseña del profesor. Los rituales de preguntas a quemarropa durante los pases de visita, o pimping en inglés, donde se esperan las respuestas en segundos, son ambientes que se prestan mucho a convertirse en juegos de adivinar contraseñas. Son especialmente culpables preguntas del tipo «¿cuál es la fisiopatología de X?», pues al menos en los primeros años, el conocimiento de fisiopatología funciona más como una nube de creencias flotantes o como nemotecnias que verdaderas explicaciones (más de esto en un futuro post).
Preguntas del tipo «¿cuáles son las causas más comunes de Y?» o «¿cuál es el tratamiento de Z?» son más útiles, pues su respuesta modifica directamente las experiencias que anticipas (p. ej. si aprendes que las causas más comunes de pancreatitis aguda son piedras en la vesícula y alcohol, te asegurarás de conseguirle un ultrasonido de hígado y vías biliares y preguntarle cuánto toma al siguiente paciente que sospeches que tenga pancreatitis). Pero cognitivamente esto no tiene nada de destacable - es igual de sencillo que un ejercicio con el teorema de Tales, y una computadora lo puede hacer más rápido que tú.
Si el origen de la Soberbia no es el mismo contenido del conocimiento médico, ¿cuál es la raíz del mal? Tal vez el objeto del orgullo es el enorme volumen de cosas que caben en tu memoria. O tal vez es cómo te has esforzado más que otros. O tal vez es saber que a diferencia de otras disciplinas, todo lo que aprendes es “verdaderamente útil”, que lo podrás usar para “salvar vidas”. Si alguna de éstas es la realidad, la utilidad del pimping como herramienta de enseñanza cobra más sentido como una confrontación de estatus puro de 24 kilates, no tanto como una discusión sobre el contenido. El mensaje transmitido al responder «la fisiopatología de X es Y» es 10% estas palabras y 90% «yo sí me esforcé/qué buena memoria tengo». No voy a debatir la utilidad de usar estatus como motivación para aprender; no niego el poder que trae apelar a una de las cualidades más primitivas de la vida humana. La advertencia es: mucho cuidado cuando el hábito de jalar discusiones sobre medicina al nivel de estatus contamina una discusión que debe ocurrir al nivel de hechos.
En el momento en que una discusión se vuelve una competencia de regurgitar información donde la conversación entre líneas es un ping pong de «mira lo mucho que sé», ya perdimos. Esa situación está al borde de caer en la mala costumbre de invocar información no relacionada al argumento, y menoscaba el valor de abstenerse de añadir más información para detenerse a evaluar el por qué de cada una de las proposiciones que ya están sobre la mesa.
En el momento en que uno se da cuenta que no tiene la ventaja en la discusión, se doblega y concede «seguro tú lo sabes mejor que yo, leeré un poco más del tema», ya perdimos. Esa persona se ha visto forzada a poner una barrera a su curiosidad para no perder más estatus, cuando el movimiento óptimo en busca de la verdad es seguir discutiendo.
En el momento en que uno decide no presionar a otro con «¿por qué?» o «¿cómo sabes que esto es cierto?» para proteger el estatus de ese otro, anticipando la posibilidad de una réplica defensiva como «no sé, tendré que leer un poco más del tema», ya perdimos. Hemos permitido que la dinámica del estatus sea la razón para dejar a medias la búsqueda de la verdad.
Es bien conocido entre nosotros el mantra de «es importante admitir cuando no sabemos», enarbolado como el eslogan de la lucha contra la Soberbia en medicina. Muchos de nosotros nos lo tomamos a pecho y desayunamos, comemos y cenamos «no sés» con una frecuencia que despertaría envidia en el más radical de los escépticos globales. Pero éste es un mantra perverso. El «no sé» casi nunca es un «no sé» honesto. 10% de las veces viene con la intención pura de comunicar «esa información no está guardada en mi cerebro»; 45% de las veces es el arma más efectiva para detener una discusión y evitar la pérdida de estatus; y el otro 45% es una exhibición de virtud. En cada encuentro con un «no sé», es útil identificar cuál es el verdadero mensaje subyacente, en particular si entra en alguno de estos tres casos. Es un hábito que recomiendo ampliamente.
Así, la solución de la Soberbia no yace en decir «no sé». Yace en rechazar completamente la asignación de estatus positivo o negativo (¡o neutral!) a cualquier enunciado de conocimiento médico. Desafortunadamente, esto es casi imposible. El discurso allá afuera está teñido de gradientes de estatus, y sería contraproducente mantenerse ciego ante toda la dinámica que se desenvuelve en frente de nuestros ojos. Lo mejor que podemos hacer por el momento es 1) aprender a distinguir claramente entre discusiones de hechos y discusiones de estatus, 2) seguir la corriente en discusiones inevitables de estatus con conciencia plena de que lo que está en juego es más estatus que argumento y lo más importante, 3) rechazar esta asignación de estatus cuando nos toca tomar las riendas e incitar a otros a hacer lo mismo.